Diego Montalvo (Quito, Ecuador) - El aquelarre


El aquelarre 


Llegué antes de la hora señalada. 

     Él siempre se impacientaba cada vez que llegaba tarde. Era consciente que en reiteradas ocasiones antes le había fallado. Fruncía el ceño. Fumaba con impaciencia, golpeaba con el bastón fuertemente el piso.  Era un día importante para él. No quería hacerlo esperar. Cuando entré a su morada, crucé el jardín como alma que lleva el diablo. Abrí la puerta principal y subí las escaleras con aplomo. Empujé la puerta de su estudio. Un gran estante de libros, de piso a techo, yacía acomodado a un costado del cuarto. Él estaba de pie, frente al ventanal mientras miraba perdido al exterior. Las luces de las sirenas se aproximaban. Su sonido aún era distante. Con una mano se frotaba su bigote estilo Cyrano de Bergerac. En la otra sostenía una copa de coñac. Dejó su ademán y sujetó con firmeza la cabeza de su bastón. Al entrar, se dio vuelta en redondo. Me esbozó una ligera sonrisa. A un costado de la chimenea estaba un objeto rectangular cubierto por una lona blanca. 

     —Oh, Futes. ¡Es un milagro que haya podido venir tan rápido! —apuntó mi amigo. 

     Jadeante, me limité a asentir. 

     —Es un día importante… eso me dijo por el teléfono. No podía retrasarme. 

     El hombre dejó la copa en una mesita de descanso. Metió la mano en su chaleco a rayas de color negro. De allí sacó su reloj de bolsillo cuya cadena dorada estaba sujeta en uno de los botones del chaleco. 

      —¡Impresionante! —dijo–. ¡Diez minutos antes de la hora! Ya aprende a comportarse como un inglés. 

     —Pero usted odia a los ingleses, Zinat. 

     El caballero rio con fuerza. 

     —Pero no sus costumbres —apuntó André Zinat, al tiempo que se sentaba sobre el sillón. 

    —Ya veo —dije yo. 

     —¿Vino armado? 

     —Como es hábito en mí —contesté. 

     —Saque el revólver y no deje de apuntar hacia la puerta…


Zinat no dijo nada, sostenía su bastón en señal de triunfo. Lo lanzó hacia el techo y antes de que cayera, levantó su mano y lo agarró en el aire. Luego, lo contempló como quien mira un insecto de especie desconocida. Pude ver con claridad que la cabeza del bastón de Zinat tenía la forma de un carnero. 

     —¿Cree en maldiciones, mon ami?

     —¿Se refiere a si creo en brujos y hombres lobo? 

     Zinat volvió a sonreír. Sus pulidos dientes brillaron con la luz del ocaso. 

     —Eso no responde mi pregunta. 

     —No, Zinat. Usted sabe que soy un hombre de leyes… como abogado no me puedo permitir creer en hechizos ni situaciones sobrenaturales…

     Zinat suspiró desconcertado. 

     —Ya veo. Quizá entonces no creo que pueda resolver este misterio con usted. 

     —¿A qué se refiere…?

     —A que su escasa capacidad de discernimiento sobre la gravedad del asunto me parece molesta… —gruñó Zinat. Dejó el bastón con cabeza de carnero a un lado y luego tomó de nuevo la copa. Terminó de beber el licor y me lanzó una mirada furtiva—. ¿Conoce usted la obra de Goya?

     —¡Desde luego! Es un pintor que logró transgredir muchas ideas de su tiempo. Luchó contra la razón de la Ilustración y se adentró en el movimiento Sturm und Drang… aunque claro este fue un movimiento netamente alemán y Goya fue español. No obstante, la figura de Wolfgang Von Goethe, para mi forma de pensar, influyó mucho en los cuadros de Goya. Goya fue un experto en pintar espantos. Tenía la capacidad de sacar gritos de horror con sus pinturas en completa armonía. 

     —Ya —dijo Zinat—. Al menos sus conocimientos en arte me serán útiles.

     —No comprendo —respondí sinceramente.

     —¿Podría decirme, bajo su perspectiva, si Goya podía «pintar obras teatrales»?

     —Zinat…

     El detective se paró. Tomó de nuevo el bastón y caminó hasta el ventanal. No parecía haber señales de las sirenas que vi hace rato. 

     —Usted dice que Goethe fue una influencia para Goya. Goethe era dramaturgo y Goya pintor. ¿Qué relación tienen ambos? 

     —La escuela Sturm und Drang.

     —Fantastique, trés bien! —aplaudió Zinat—. Pero aún olvida un detalle… 

     —¿Cuál? 

     —Dígame el estilo de Goya. Al pintar, naturalmente. 

     —Goya fue un gran retratista. Conocía la mejor tradición de la pintura española. Sabía mucho de Velázquez y lo mejor que él produjo, así como El Greco. Como Rembrandt produjo muchas aguafuertes, Goya lo imitó pero le dio un nuevo toque: utilizó una técnica llamada aguatinta, que no sólo permite grabar líneas sino modificar manchas y darles forma. Curiosamente, él no pintaba cuadros de hechos sucedidos realmente sino sobre espantos, brujas, demonios y apariciones. Generalmente, en esta parte, pintaba monstruos bajo la luz de la luna llena… él retrataba la inhumanidad, las garras de la soberbia, la insensatez y las injusticias… Mi duda es: ¿estaría tan asqueado con aquello que vivió en la España de su época como para pintar obras como El aquelarre  o La cocina de los brujos?

      Zinat me miró, fascinado. 

     —El sueño de la razón produce monstruos, mon ami… —Zinat consultó de nuevo su reloj de bolsillo. Lo guardó y miró hacia el fuego de la chimenea—. Me temo que estamos a muy poco de toparnos con uno.


Goethe, Goya, demonios y brujas. Zinat estaba mirando el objeto que yacía a un lado, cubierto con una manta. Me miró y sus ojos felinos brillaron con intensidad. 

     Yo me dediqué a pasear por la habitación, impaciente. Zinat señaló el sofá contiguo al suyo. 

      —Asseyez-vous s'il vous plaît. No va a crecer, amigo mío. Se lo aseguro —inquirió Zinat.

     Obedecí y tomé asiento. 

     —Parle-moi de Faust —dijo Zinat—. Ya pronto llegamos al meollo del asunto. Estamos a un tris de resolver el misterio. 

     —¿Cómo dice? ¡Pero si solo hemos estado sentados aquí hablando de arte! 

     —¡Lo sé y es genial! —Zinat volvió a blandir su bastón. La empuñadora fulguró con las llamas de la chimenea—. Hábleme de Fausto, hombre. 

     Yo cerré los puños sobre mis muslos, estaba desconcertado. Como no entendía nada del asunto, Zinat me utilizaba a su antojo.  

     —Fausto es una tragedia de Goethe publicada en partes entre 1808 y 1832…

     —Ahórrese esos detalles… hábleme de la trama en concreto, s'il vous plaît —rugió Zinat. 

     —Bien. La primera parte del escrito es realmente compleja. Se sitúa en varios escenarios a la vez, entre ellos, el cielo. Mefistófeles hace un pacto con Dios. Mefistófeles dice a Dios que puede corromper a su humano favorito quien evidentemente es Fausto. Mientras esto ocurre, en su estudio, Fausto se siente infinitamente frustrado por no poder adquirir los conocimientos necesarios en arte, literatura, religión y todas las disciplinas humanas. Fausto desea alcanzar un conocimiento más allá de lo que cualquier otro ser lo haya conseguido. Desea obtener la sapiencia infinita. Para ello, no tiene más remedio que recurrir a la magia. Como tampoco halla resultados, decide optar por el suicidio. Tras desistir de esta idea, opta por salir a dar un paseo junto a su ayudante Wagner. Cuando deciden regresar a casa, a Fausto le persigue un perro simplemente vulgar…

     »Una vez que Fausto recoge el can, en el estudio, éste se transforma en el diablo. Fausto hace un trato con él. El Demonio hará todo lo que Fausto desee mientras esté en la Tierra, pero, en recompensa, Fausto deberá servir a Satanás en la otra vida… Si Fausto pide que una vivencia o un recuerdo sean eternos, mientras Mefistófeles le sirve, morirá al instante. Entre idas y venidas de la vida conoce a la bella Margaret (o Gretchen, según la edición que se lea) de quien no tardará en enamorarse…

     —¡Pare, ha llegado al momento cúspide! —dijo Zinat. 

     —¿Qué quiere decir ahora?

     —¡Saque su pistola y haga lo que le diga!

      —Pero… 

     Antes de que Zinat pudiera decir una palabra más, un humo rojizo recorrió el salón. Olía como azufre. Un par de ojos rojos brillaron entre la pestilente bruma. Pude ver, con profundo horror, unos colmillos plateados que se mostraban amenazantes. Aquel ser dio un par de zancadas bestiales al tiempo que extendió una mano provista de dedos largos con afiladas garras que pretendían atraparme. De la cabeza se distinguían un par de cuernos de carnero que lucían afilados e imponentes. 

      —¡Futes… Futes…! ¡Cubra su nariz y ojos y tenga la bondad  disparar a esa cosa…! —gritó Zinat desde el otro lado del estudio. 

     Empuñé con fuerza la culata del revólver y coloqué el índice ligeramente flexionado sobre el gatillo. Un destello amarillo irrumpió en las brumas y se oyó un feroz grito. La sangre salpicó el tablón del suelo. El monstruo se agachó y justo cuando quise dar un segundo disparo, Zinat me agarró de la mano. 

     —¡No pretendo matarlo!

      Zinat abrió la ventana y la fétida humareda empezó a desaparecer. En el piso yacía caída la criatura. El tiro fue dado en la canilla. En lugar de rugidos infernales pude oír quejidos humanos. Uno de los cristales de la ventana frontal estaba roto completamente, pero aun así no era suficiente para que el humo saliera de la habitación. No muy lejos estaba tirado un recipiente completamente destrozado. Zinat se aproximó a la bestia sangrante. Se aferró a la cabeza y sin perder tiempo retiró lo que parecía ser una máscara que, para mi sorpresa, estaba hecha de huesos reales de carnero y piel de ciervo. Bajo ésta se mostró la figura de un hombre. 

     —Fausto Gales Treviévich —dijo triunfante, Zinat.  

     —¿Conoce a este hombre? —pregunté intrigado.

     —Todos lo conocen, amigo mío… ¿Usted no? ¡Llame a la policía!  


Hugo Vallarta apareció junto a un manojo de gendarmes. Dos de ellos arrestaron a Gales y mientras se lo llevaban, Vallarta miró a mi amigo, completamente derrotado y rabioso. Yo me disponía a hablar cuando Zinat levantó la mano. 

     —¿Cómo dio con el culpable, Zinat? ¡Este asunto nos hubiera tomado mucho tiempo resolver! 

     Vallarta permaneció de pie con los brazos cruzados mientras Gales fue sacado de escena. 

     —¿Recuerda que en casa de los adinerados Gales Treviévich hubo un robo? 

     —Lo leí en la prensa de camino aquí. Un ladrón entró a su casa a media noche y robó una obra de arte de incalculable valor…

     —¡Siete millones de libras, Futes! 

     —¡Dios! —mascullé.

     —¿Sabe quién es el autor de dicha obra…?

     —No me diga que…

     —En effet: Francisco de Goya… —Zinat fue hacia el rectángulo envuelto con la manta y lo descubrió—: y la obra que pretendía ser robada es El aquelarre.  

     —¡Pero si esa obra sí fue usurpada, Zinat! ¿Cómo cayó en sus manos? 

     —Me encantaría oír su defensa, Zinat —dijo triunfal Vallarta. 

     André Zinat sonrió con malicia.

     —La obra realmente nunca fue robada, inspector. 

     —¡Pero si eso fue lo que dijo la prensa… —gruñó Vallarta— y yo mismo fui a la casa de los Gales Treviévich y lo comprobé! 

     —Hubo un robo, inspector. Pero no de esta obra de arte —sostuvo Zinat—. Déjenme que esclarezca su mente, amigos. El señor William Gales es un gran coleccionista de arte. Su esposa, madame Grace Treviévich estudió Bellas Artes en la Sorbona de París. Ellos tuvieron un hijo, el médico Fausto Gales Treviévich, puesto así en honor al personaje de Fausto de Goethe, esta obra siempre fue la favorita de William. Fausto Gales Treviévich, como por obra del destino así como el Fusto de Goethe, se enamoró de una joven llamada Francis Gurza Tréson, hija de un amigo mío y que está prometida con el hijo de otro amigo mío. Conozco a los Gales Treviévich desde hacía mucho. Ellos se opusieron a que Fausto se case con Francis por temas de estatus. Como la pareja nunca desistió del casamiento, Fausto se casó en secreto con Francis pero ella fue condenada, tiempo después, por el asesinato de sus padres. Ambos fueron hallados muertos… se halló cianuro en la bebida que consumieron el día anterior. Según la joven, mató a sus padres para tener una relación más íntima con Fausto. Él, no obstante, quiso salvar a la joven de la cárcel, pero no pudo. Sin la herencia de su padre no podría permitirse el pago de abogados.  Era evidente que William no lo ayudaría, más ahora que ella es una criminal. 

     »Misteriosamente, William no supo nada de su hijo por casi un año. Al poco tiempo, de su casa, empezaron a desaparecer joyas, luego valiosas esculturas y finalmente, obras de arte. Aterrado, pues ya al verse sin tesoros en su galería pidió mi aguda. «Zinat, la policía está investigando pero no logran dar con el culpable». «

Quién sea que esté detrás de esto, sabe lo que hace», apunté. «Yo creo saber quién es, pero no puedo sacar mi conclusión en firme». Yo sabía lo que él pensaba. Entonces, me llevó a su galería y vi todas las paredes vacías salvo por El aquelarre. «Este cuadro, siempre me dio escalofríos, ¿sabes?». «¿A quién no, amigo?», suspiré. Sabía que no había más solución que usar el propio cuadro como cebo… 

     »Sin más, pedí a mi amigo Santiago Gangotena, un joven ecuatoriano que, curiosamente, fue amigo en la universidad de Grace Treviévich allá en París. Él es artista plástico de gran talento. Entonces le pedí, con mucha urgencia, que realizara una copia exacta de El aquelarre. El original me lo llevé yo a casa y el matrimonio se quedó con el falso. Cuando el cuadro desapareció, investigué la escena. Vi en la biblioteca de la mansión un libro a medio leer de Fusto de Goethe y cuando William me regaló su bastón con cabeza de carnero en una especie de pago por adelantado supe el patrón… por eso le pregunté a usted, Futes, que tanto sabía de la obra de Goethe y de Goya.

     —¿Cuál es el patrón, Zinat? —inquirió Vallarta. 

     —Eso Futes le podrá responder…

     —¿Yo…? Pero si no tengo idea ni siquiera de porque estoy aquí. Por mis dotes al usar un arma, supongo. 

     Zinat gruñó. 

     —¿No le parece que el Fausto, hijo de William y el de Goethe comparten una relación…?

     A mi memoria llegó el libro como relámpago. 

     —¡Sí! En la tragedia de Goethe, Fausto se conoce con una joven llamada Gretchen y ella hace lo mismo, mata a sus padres para poder estar con Fausto. Pero es descubierta por su hermano Valentin y él muere a manos de Fausto y por ende en manos de Mefistófeles. Para entonces…

     —Para entonces, Gretchen descubre que está embarazada. Me temo que Francis también lo estaba. Según uno de los oficiales que usted trajo consigo, inspector Vallarta, me dijo que Francis logró robar una navaja a una de las reas y se ha cortado su propio vientre… aquello le produjo, evidentemente, la muerte. No soportó la idea de tener un hijo en prisión… Desconozco si Fausto sabe la situación, pero esto cada vez se convierte en un verdadero coloquio con Mefistófeles. Adoptando la idea que Fausto Gales Treviévich se ha disfrazado de demonio para sorprendernos. Gracias a sus habilidades médicas pudo, químicamente, crear la bruma roja que vimos. Amoníaco en estado gaseoso por eso dije que se tapara la boca. Desde un comienzo sabía que era él pero no podía demostrarlo hasta comprobarlo. 

     —¿Supo que vendría a buscarlo? —preguntó Vallarta, sorprendido. 

     —Efectivamente. Fausto sabe que soy un viejo amigo de la familia. ¿Quién más que yo para ocultar el cuadro? Seguramente se dio cuenta de que lo que se llevó de la casa de su padre era una réplica cuando intentó vender el cuadro. Con todo lo que lograría recaudar del robo de la mansión de sus padres pagaría el abogado y salvaría a Francis… pero, lamentablemente la infausta serie de hechos no son más que un infortunio para él. En el jardín delantero está una escalera que muy seguramente usó Fausto para entrar y asustarme con su disfraz de demonio, todo con la intención de robar el cuadro y escapar en medio de la bruma. Nunca pensó que no estaría solo. Por eso lo llamé, Futes. 

     Vallarta no dijo nada más y se fue. Yo me quedé absorto, mirando a Zinat quien colgó el cuadro sobre la chimenea. 

     Al mirar mi cara de desconcierto se rio. 

     —Otro pago por adelantado. 

     —Siempre me dieron escalofríos las obras de Goya, Zinat. 

     —A mí también, amigo mío. 

    

Poco después los medios cubrieron el hecho: Fausto Gales Treviévich fue hallado colgado dentro de su celda. Su familia fue notificada. Zinat, naturalmente, acudió al entierro. A su regreso, noté que todavía sostenía el bastón dado por William Gales, que, hasta entonces, no había notado la relación entre la obra de Goya, la de Goethe, los «dos Fustos» y la cabeza del bastón de Zinat: todo tenía que ver con el mal, es decir, con Satanás en persona y de forma metafórica. ¿No era cierto que al diablo se le representa con el carnero? Al menos según la visión de Baphomet del ocultista francés Eliphas Lévi. 

     —¿Se acabó todo, Zinat? 

     —Parbleu! 

     —¿No más apariciones ni demonios? 

     Zinat se sirvió un vaso de whisky. Colocó dentro un par de hielos y se sentó en el sillón contiguo. Me miró. Un extraño fulgor se reflejó en sus ojos. Quiso acotar algo, pero se lo pensó bien y no dijo nada. Sabía muy bien que André Zinat se la pasaba en grande humillando a los policías. Le fascinaba hacerlos sentir mal mientras los arrastraba en el fango de su incompetencia producto de su falta de imaginación y dotes detectivescas. No sabría decir si todo aquello era producto de mi imaginación, pero cada vez que alzaba la mirada a esa fatídica pintura sentía como si ese aquelarre cobrara vida y el Demonio me viera con esa mirada que refleja el pecado y una insaciable sed de venganza. Después de todo, hay una sola verdad: «El sueño de la razón produce monstruos».  


Sobre el autor


Diego Montalvo (Quito, 1995) se graduó como periodista en la Universidad de Las Américas (UDLA). Es Miembro de la Sección Académica de Literatura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana desde el año 2015 nombrado por el escritor Raúl Pérez Torres. Fue nombrado Miembro Activo de la Sociedad Bolivariana del Ecuador, en la presidencia del General José Gallardo Román. Su antología de cuentos Suspenso en Letras (2012) lo llevarían a abrirse campo dentro del ámbito de la ficción. El Ángel Editor inaugura un nuevo sello editorial llamado El Pegaso con su primera novela Spider (2020). Como periodista se desempeñó como redactor de la revista Leo de la Cámara Ecuatoriana del Libro y Emprendedores a cargo del excandidato a la presidencia de la República, Dr. César Augusto Alarcón Costta. Fue conductor y productor del programa “Converso” de la Radio de la Casa de la Cultura. Es redactor de opinión del diario digital La República. En el año 2020 fue nominado al prestigioso Premio Jorge Mantilla Ortega.  


Valoración Literaria

Sonará extraño, pero, esperé que me trajeran un cigarro para empezar. He pospuesto, como casi todo lo bueno de mi vida, muchas lecturas con el fin de tener el valor necesario para escribir lejos de la influencia de los astros. Hasta hoy.

Y entonces Diego llega para alegrarme un poquito en esta tarde llena de amarillo y viento febril. El terror y la deducción de Poe no murieron en las avenidas titánicas y obscuras del olvido, sino que vuelan dentro del velo de alquitrán que hay entre mis recuerdos inmediatos y el ordenador. La puerta sigue por suerte cerrada, aunque vigilo el arribo del sueño de la razón, que, como se manifiesta en Caprichos y “El aquelarre” produce monstruos. 

Montalvo plasma un lúcido conocimiento de lo sombrío. Irrumpe en la historia; revive a Goethe y Goya, y juntos me han recordado que el arte es la radiografía del alma. Por eso Borges no escribía novelas, porque la magistralidad del cuento es encerrar en un espacio limitado el carácter ilimitado del ser. Apagaré la noche para encender el fuego de la esperma y, nuevamente, abriré la exclusa de San Cipriano. 

El Carnero. 



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