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Mostrando entradas de agosto, 2020

Jorge Dávila (Ecuador) - El resplandor azul

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  EL RESPLANDOR AZUL   Elena miraba el lago, con profunda tristeza. Era su último día en ese lugar, en donde había nacido y crecido. -Vendimos la propiedad, hijitos. Contó la madre, en medio de lágrimas. -Nunca más los pájaros del bosque -dijo tristemente Julián. Ella movió la cabeza, sollozando bajito. “Nunca, porque tenemos que ir a la ciudad, por la educación de ustedes, por la salud de los abuelos, porque aquí no hay de qué vivir.!” -Jamás ya el juego con las hijas de Tomás   -se lamentó, Isabel. La madre volvió a gemir bajito, murmurando: “jamás, jamás”. Luego de un breve silencio y haciendo un esfuerzo a que la voz no le temblase, añadió: “pero tendrán nuevos amigos y amigas, no estarán solos”. Elena no dijo nada, pero en el fondo de su corazón sintió el resplandor azul de su lago amado, al que lanzaba miguitas de pan para ver cómo las devoraban los pequeños hocicos de los peces. Esas aguas tranquilas, pero profundas, según decían las gentes de la vecindad, bordea

Alejandro Aguilar (Cuba) - El tren de la noche

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  El tren de la noche   Un tren y la nieve. Cristales y acero. El tren, lo cálido interior. El cansancio que hace saltar esta noche en pedazos, pero sin ruidos. La gente que va perdiendo, lentamente, la pesada coraza de la tensión. El refugio del tren y todo lo posible atravesando la gélida noche allá afuera; tan afuera, que desdibuja cualquier noción geográfica para el recuerdo. El jolgorio cede al final de esta rotunda madrugada. Los remanentes se refugian en los camarotes. Sobrevive el murmullo, algo de alcohol y las complicidades imaginables en la tibia intimidad de las cabinas. Él, no logra dormir. Se asfixia en la estrechez de la cama adosada a la pared. El pasillo, cinta gris agujereada por luces y sombras viajeras cual teclado de piano al vuelo; agredidas de súbito por alguna portezuela que se abre; hostigadas por el último canto enrevesado que escapa a través de rendijas ignoradas. El pasillo y él. Y la noche. Alguien más que llega a compartir desvelo. La silueta y los ojos li

Jorge Santtori (Ecuador) - Que las aves me lleven

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Que las aves me lleven Arribó a Capital sola. Escuché su llamado dentro del último recodo febril de mis sueños imposibles. Las aves empezaron a cantar. Eran las seis de la mañana. Me puse en pie, prendí la regadera y mientras el agua tibia me despertaba pude reconocer la sal de una lágrima dentro de mi boca seca y de repente pensé en papá.   No quería llegar tarde al hospital, sin embargo, el poco oxígeno que hay en la cordillera me obligó a pausar varias veces. Subí despacito hasta su habitación y en silencio la observé sobre una cama de sábanas celestes. El olor a cloroformo lo inundaba todo. Despertó y lo primero que dijo fue: "gracias por no dejarme sola". La abracé casi sin fuerzas, como si el enfermo hubiera sido yo. Siempre he sido un tipo duro, por eso, cuando la mala fortuna llega a los que quiero, le ruego a Dios que me transfiera aquel dolor, pero Dios siempre se hace el sordo conmigo.   Firmé su acta de ingreso y me senté junto a una anciana lánguida con aparienci