Jorge Santtori (Ecuador) - Que las aves me lleven
Que las aves me lleven
Arribó a Capital sola. Escuché su llamado dentro del último recodo febril de mis sueños imposibles. Las aves empezaron a cantar. Eran las seis de la mañana. Me puse en pie, prendí la regadera y mientras el agua tibia me despertaba pude reconocer la sal de una lágrima dentro de mi boca seca y de repente pensé en papá.
No quería llegar tarde al hospital, sin embargo, el poco oxígeno que hay en la cordillera me obligó a pausar varias veces. Subí despacito hasta su habitación y en silencio la observé sobre una cama de sábanas celestes. El olor a cloroformo lo inundaba todo. Despertó y lo primero que dijo fue: "gracias por no dejarme sola". La abracé casi sin fuerzas, como si el enfermo hubiera sido yo. Siempre he sido un tipo duro, por eso, cuando la mala fortuna llega a los que quiero, le ruego a Dios que me transfiera aquel dolor, pero Dios siempre se hace el sordo conmigo.
Firmé su acta de ingreso y me senté junto a una anciana lánguida con apariencia de moribunda que esperaba semi desnuda el llamado de la enfermera. “¿Me vería yo igual si estuviera en bata y sobre una silla de ruedas?”, pensé. Recordé que el día anterior, Dulce me había invitado un café en la plataforma gubernamental de la avenida Amazonas. Recordé que empezó a llover. Recordé que ella, juguetona, se me quería meter en el pecho para refugiarse de la lluvia. Recordé que mi cigarrillo, a pesar del agua, no claudicó jamás. Luego... partió a Ambato con la amarga certeza de que al día siguiente tendría que volver a Quito para internarse en el hospital. Los recuerdos se incrementan de sobremanera en un hospital, en un funeral o en una boda. Había recordado tanto que, cuando desperté, estaba solo y desorientado en el tiempo.
Dulce salió de un cuarto frío y oscuro con una melancolía evidentemente profunda. Los doctores no habían podido sanarla bien. Acompañé su camilla hasta la habitación de sábanas celestes y aunque no quise mencionar nada relacionado a los trasplantes, fue inevitable preguntarle si se sentía bien con un hígado ajeno. Hubo silencio y entendí todo. Me despedí sin apremio, a pesar de que mi madre debía estar desesperada por verme pronto.
El ascensor enclaustró el deseo de escapar. En el piso de arriba, pocos amigos y algunos familiares me esperaban con tristes lágrimas de orgullo. Después de retirarme la ropa, entré aletargadamente al quirófano. Pensé en Dios de nuevo, y me dije: si esta vez se hace el sordo, gritaré con fuerza. Tenía frío, pero no miedo; mi espíritu, estúpidamente, me repetía entusiasmado que mi papá iba pronto a estar bien con uno de mis riñones.
El tiempo pasó inclemente. Soñé con fervor que las aves, que en la mañana cantaron para mí desde los cables de luz, se transformaban en ángeles y me llevaban de aquí; que me llevaban de una vez, que me llevaban rápido para sentarme junto a papá, deseaba más que nada hablar con él y reír y escuchar su risa y no pensar más en Dios ni en su sordera.
Siento, aunque sea un espejismo solamente, la sal de una lágrima surcando por la comisura de estos labios resecos. Logro divisarme desde arriba. Ahora es mi cuerpo inerte e incompleto el que está sobre las sábanas celestes. Ahora, es Dulce quien permanece a mi lado; la escucho susurrar: "gracias por no dejarme sola". No dice nada más, no me abraza, nadie de hecho abraza, y es completamente comprensible, pues con la muerte de mi padre y este coma en el que me han inducido, hasta yo mismo he olvidado que hoy es mi cumpleaños.
Jorge Santtori, 14 de julio de 1991, Quito Ecuador. Cursó sus estudios en la primera escuela del Ecuador, el Colegio Mercedario San Pedro Pascual. Comunicador Social por la Universidad Centrar del Ecuador. Director literario de “Pluma Andina, editorial”. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y japonés. Ha sido publicado en México en la revista, “La experiencia de la libertad” y en “La poesía del prójimo”. En 2019, publicó, el libro “Las primeras Flores”. En 2020, el poemario “Luna de fuego”.
Como influencia máxima para sus letras tiene el precioso orgullo de haberse encontrado con Poe, Rubén Darío y Hugo Mayo. Está próximo a publicar “No me sueltes” y “Medina y el Mar”. Ha participado en varios encuentros de poesía dentro y fuera del País. Ganador, por tres años consecutivos, del concurso intercolegial de oratoria y declamación, escritura creativa y cuento leído, organizado por el municipio de Quito. Amante acérrimo del blues y de las aves.
LA
SOLEDAD FRENTE AL ESPEJO
Por. Carlos Garzón
Jorge
Santtori con este nuevo cuento se consolida como un escritor que posee un
eficaz estilo y una afinada sensibilidad, encarándonos de manera directa con
los enigmas de la vida y de la muerte, porque sus personajes nos hacen sentir
en carne propia sus anhelos, sus sueños y sus frustaciones. Por tal motivo, sin
lugar a dudas, Santtori es uno de los escritores más representativos de la
actual literatura ecuatoriana.
Valoración
literaria
El cuento Que las aves me lleven, es una suerte de soliloquio sobre
patologías que coronan al solipsista como héroe. Por sus galimatías, personajes
y esporádico movimiento de escenarios, hace al lector intuitivamente concebir
una especie de filia-doliente, dirigida al padre, la madre, y Dulce. El autor
retrata un cariño inconmensurable, inherente a cualquier miembro de la familia,
que aviva en el momento adecuado. Dando razón a quienes opinan; el amor está
por encima de la razón, e incluso, de la vida misma.
Harlequín
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