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Mostrando entradas de septiembre, 2020

Cristina del Pilar Buenaño (Ecuador) - La belleza y la parca / La mesa de Guayacán

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  LA BELLEZA Y LA PARCA Los pliegues rasgados de sus ojos eran los mismos que un día robaban las miradas de todo aquel que la veía pasar y ahora le daban la bienvenida a quien despreciaba tanto, una completa extraña: vejez. Trató de posponer su llegada con cremas, elíxires, baños aromáticos e incluso había dejado de sonreír. Contra todo intento, esta se acomodaba en su habitación como si fuera suya, ocupando todos los espejos, metiéndose hasta en la cama, por lo cual ya ni tenía deseos de dormir. Incómoda, desfachatada, venía con el solo propósito de matar a su belleza. Así como una rosa que se marchita, un día desprende aquel aroma que te permite suspirar, pero, al siguiente, nos deja ver cómo caen sus pétalos. Desde entonces, el resto de los días contarán con su compañía, hasta que llegue la visita menos esperada, la muerte.  

Edmundo Rodríguez (Ecuador) - El placer de la inocencia pura

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  El placer de la inocencia pura   I   El centro de Quito es un lugar hermoso y nostálgico en muchas formas inimaginables. Los tejados altos, los portones de cedro con olor a siglos y las piletas talladas en la insigne escuela de La Ronda, dibujan la ciudad con tanta belleza que acentúan el carácter apacible y comedido de su gente. Las farolas encendidas irradian esa luz amarillenta que forma la penumbra encantadora de sus calles coloniales. Cortinas vaporosas y balcones somnolientos descasan en una atmósfera de bellas tradiciones. "¡No existen noches de dulzuras como en Quito!", decía con ojos de ternura Anita Bermeo, la inmortal "Torera". Ya nadie sabe la sorpresa de doblar alguna esquina y encontrarse con ese graderío flanqueado por paredes de geranios que custodian los patios interiores de la soledad. Debo confesar que en mi corazón de niño había nacido una especie de romanticismo ingenuo, por saber de aquel artista que compuso esos paisajes de sil

Osmel Almaguer (Cuba) - Suerte de tontos

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  Suerte de tontos   Aquel guajiro flaco que vivía en el patio de la casa; que ni siquiera había alcanzado el cuarto grado de escolaridad y decía hubieron en lugar de hubo, era feliz; había aprendido a conformarse. Por eso yo le envidiaba, o al menos lo hice al principio, cuando apareció bajo la lluvia, descalzo y sin camisa, pidiendo trabajo. Mi padre le ofreció treinta pesos para que removiera un pedacito de tierra donde quería sembrar la yuca de fin de año. Lo hizo tan rápido y mostró tanta disposición, que el viejo le propuso otra tarea. Así, se fue quedando hasta convertirse en su hombre de confianza. Meses después de su llegada, la finca había florecido de tal manera, que cosechábamos en una semana más de lo que antes obteníamos en un año. Y todo, gracias a su constancia, a su aptitud para trabajar la tierra. No obstante, a mí se me antojaba como un oportunista que pretendía robarme mi lugar al lado del viejo; aunque, a decir verdad, hacia mucho yo mismo había renunciado a ese l

Ray Veiro (Cuba) - Fragmento de la novela Los Carneros

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  ¡Pueblo! ¡Pueblo! En estos momentos acaba de ser ajusticiado el tirano. Cuánta miseria hemos soportado, pueblo. El tirano que daba su mano constructora desde arriba y nosotros íbamos subiendo poco a poco. Eso creíamos. Los pobres fuimos más pobres y casi nunca teníamos ganas de ir a trabajar. Eso fue lo que realmente pasó. Nos cansamos, pueblo.  Olvidamos quienes éramos y qué queríamos. Alguien puede decir qué tiene, qué conserva para sí, qué puede atesorar después de todo este tiempo de victorias. Se nos ha destruido hasta el lenguaje y ya una persona no es capaz de saberse persona. Ya se nos ha destruido todo. ¿Cómo nos armamos? Rompecabezas piezas fragmentos residuos. Trocitos que forman una unidad y una unicidad y una uniformidad. ¡Qué mentira decirnos que somos es el futuro! ¿y qué se hace en el presente si todos vivimos en el pasado? ¿A qué futuro incierto se nos conduce? ¡Qué miseria lo que veo alrededor! ¡Miren alrededor suyo! No prometo sacarlos de esa miseria porque es el m