Osmel Almaguer (Cuba) - Suerte de tontos
Suerte de tontos
Aquel guajiro flaco que vivía en el patio de la casa; que ni siquiera había alcanzado el cuarto grado de escolaridad y decía hubieron en lugar de hubo, era feliz; había aprendido a conformarse. Por eso yo le envidiaba, o al menos lo hice al principio, cuando apareció bajo la lluvia, descalzo y sin camisa, pidiendo trabajo. Mi padre le ofreció treinta pesos para que removiera un pedacito de tierra donde quería sembrar la yuca de fin de año. Lo hizo tan rápido y mostró tanta disposición, que el viejo le propuso otra tarea. Así, se fue quedando hasta convertirse en su hombre de confianza.
Meses después de su llegada, la finca había florecido de tal manera, que cosechábamos en una semana más de lo que antes obteníamos en un año. Y todo, gracias a su constancia, a su aptitud para trabajar la tierra. No obstante, a mí se me antojaba como un oportunista que pretendía robarme mi lugar al lado del viejo; aunque, a decir verdad, hacia mucho yo mismo había renunciado a ese lugar, al andar soñando con una hipotética vida en la ciudad.
Mientras tanto, él se mostraba satisfecho viviendo bajo condiciones peores a las que yo hubiera renegado sin dudarlo. Y encima sonreía. Su disposición constante hacía que resaltara la amargura de mi carácter, y su modo de trabajar me hacía lucir aún más inepto ante mi padre. Algunas veces, adiviné en el viejo el secreto deseo de que su hijo hubiese sido él, y no yo.
“Cabuya” fue el mote que le pusimos a ese guajiro, porque era flaco como una pita de Henequén. Además, tenía la cabeza calva y la mollera abierta, por eso andaba siempre con un sombrero de cuero antiquísimo; de cuando sus bisabuelos, que eran canarios. A veces, lo veía deambular mientras llovía, descalzo, casi en harapos, con su sonrisa constante ensombrecida por las alas del sombrero. Al verlo, uno podía pensar que de verdad no se necesita casa, que se puede vivir bien a la intemperie, bañarse en el salidero de una tubería, cocinar con carbón y curarse con remedios de yerbas. Pero la suya era una virtud muy personal, por más que pareciera lo contrario.
Una mañana, se me acercó con la intensión de saber la causa de mi mal genio. No le contesté. Aun así, me pidió que le acompañara mientras trabajaba la tierra. En realidad, casi no hablamos, pero al final del día habíamos comenzado una amistad duradera.
Cabuya me enseñó mucho. No solo a sacar el máximo a la tierra, sino también lo mejor de cada persona. “Las relaciones son como el trabajo, si te quedas durmiendo la mañana, no siembras, y si no siembras, no recoges”, decía sonriente. Me enseñó, además, a hacer el bien; por sobre todas las cosas, con la palabra; a decir sí a todos, aunque luego no les cumpliera.
Tenía una capacidad de trabajo increíble; dominaba unos cuantos oficios y nunca parecía cansado. Por él, desistí de mi propósito de mudarme a la ciudad. En vez de ahorrar para comprarme una casa, comencé a reinvertir en la finca; sobre todo en el aguacatal, que se convirtió en la niña de mis ojos. A Cabuya le gustaba reposar, después del almuerzo, sentado a la sombra en aquella arboleda. Se quitaba el sombrero y dormitaba media hora bajo los árboles enormes, que gracias a él habían comenzado a parir miles de aguacates, grandes y redondos. Compradores de todos los sitios venían atraídos por nuestra fama, y se organizaban en colas que a veces duraban hasta el anochecer.
Hubiéramos logrado más; incluso convertirnos en grandes proveedores a nivel nacional. Estábamos cocinando muchas ideas. Quien sabe a dónde hubiéramos llegado. Pero una tarde en que Cabuya tomaba su siesta habitual, un aguacate le cayó en la cabeza, acabando con su vida instantáneamente. Le rendimos los debidos honores e intentamos seguir adelante. Pero la finca poco a poco comenzó a deteriorarse. Por más que me esforzara, la tierra parecía no quererme como a él, y no era la única. Mi padre, murió tan solo unas semanas después. Aunque no por causa de un aguacate, sino simplemente porque estaba muy viejo. Cualquiera pudo pensar que se marchó por propia voluntad, al menos eso decían sus ojos. Como si no quisiera vivir, como si mantenerse con vida le resultara tan estéril como la tierra de la finca.
Sobre el autor
Osmel Almaguer Delgado (La Habana, 1979). Escritor y periodista. Ha publicado los libros de poemas La Pendiente (Ediciones Ávila, 2013) y Creatura (Editorial Letras Cubanas, 2015, y Ediciones Samarcanda, 2016). Con el segundo, ganó el Premio Pinos Nuevos en el año 2015. Ha merecido otros premios y menciones importantes a nivel nacional, como son el Calendario, el Mangle Rojo, el Primavera de Poesía, etc. Poemas suyos aparecen en revistas y antologías de países como Estados Unidos, Puerto Rico, México, España, Argentina y Colombia.
En 2013 coordinó el espacio Grado cero, ciclo teórico dedicado a la literatura transgenérica. Actualmente coordina, junto al poeta Antonio Herrada, el Coliseo Poético, un certamen de lecturas de poemas con frecuencia bienal y carácter nacional, en el que el público forma parte del jurado, entre otras novedades. Como narrador, mantiene inéditos un libro de cuentos y una noveleta.
Reseña
Elogio de la candidez
Por. L'âme bleu
La ironía como recurso nos plante la imagen de un guajiro frente a un hijo en la comodidad de su hogar, pero sin la aprobación de su padre. ¿A qué se debe la disparidad de atenciones que reciben por parte del padre de este último? Conjugando el retrato íntegro del guajiro, el lector se anticipa a una suerte del favoritismo. Este no posee escolaridad suficiente, se pasea descalzo, tiene una mollera que le exige usar sombrero, y también es delgado como una cabuya. No obstante, este personaje sirve de apoyo para entender las reglas de ética que le permiten desenvolverse sin problemas en el dominio del rendimiento, una vez que pide trabajo al padre de quien relata: aprovecha al máximo la tierra, incansable, hace amigos con facilidad, de tal modo que gana el favor de todos, aun su jefe.
De forma magnífica, "Suerte de tontos" nos invita a reflexionar sobre el oportunismo, eje del relato, aunque la bonna fide haga de cortina sobre el paisaje real.
Valoración Literaria
Su cuento expone las preocupaciones del agricultor, que van más allá de si la tierra germina o la fecha en el almanaque marca el plenilunio adecuado para la siembra, sino, una verdadera metáfora de la tierra, vista como numen que ofrece dádivas a sus escogidos. Osmael Almaguer, (cubano nacido en la Habana), narra las emociones experimentadas por un campesino hijo de finquero que frustró su vida en la urbe, y al regresar a casa se encuentra con un guajiro ocupando el lugar que le compete a la diestra del padre. Expone estupendamente la trama que viven los jóvenes; el miedo a la desaprobación del progenitor. Y con un lenguaje nada rebuscado plasma las sensaciones y el ambiente campestre en el que se desarrolla cada escena. La extructura del cuento es exquisita, y la evolución de su personaje principal hace no veamos al hombre como algo estático condenado a perecer en su ser, mas bien como un ser voluble y sujeto al devenir del caos. Solo dueño de la tierra aglomerada bajo las uñas de sus dedos. Y de nada más.
Harlequín
Comentarios
Publicar un comentario