Jorge Dávila (Ecuador) - El resplandor azul

 





EL RESPLANDOR AZUL

 

Elena miraba el lago, con profunda tristeza. Era su último día en ese lugar, en donde había nacido y crecido.

-Vendimos la propiedad, hijitos. Contó la madre, en medio de lágrimas.

-Nunca más los pájaros del bosque -dijo tristemente Julián.

Ella movió la cabeza, sollozando bajito. “Nunca, porque tenemos que ir a la ciudad, por la educación de ustedes, por la salud de los abuelos, porque aquí no hay de qué vivir.!”

-Jamás ya el juego con las hijas de Tomás  -se lamentó, Isabel.

La madre volvió a gemir bajito, murmurando: “jamás, jamás”. Luego de un breve silencio y haciendo un esfuerzo a que la voz no le temblase, añadió: “pero tendrán nuevos amigos y amigas, no estarán solos”.

Elena no dijo nada, pero en el fondo de su corazón sintió el resplandor azul de su lago amado, al que lanzaba miguitas de pan para ver cómo las devoraban los pequeños hocicos de los peces. Esas aguas tranquilas, pero profundas, según decían las gentes de la vecindad, bordeadas de arbolillos siempre cubiertos de flores, en donde se bañaban los chicos de los alrededores, en medio de la advertencia de sus progenitores: “¡Cuidado!, no te vayas a enredar en las algas o las plantas acuáticas”. “Dicen que es muy hondo, y que hace unos diez años, todavía hubo gente que se ahogó en sus aguas”. “Cuentan que el espíritu de alguien muerto al caer en el lago, jala tu cuerpo hasta el fondo y puede provocar el ahogamiento…”. “¡Cuidado, cuidado, cuidado!”

Ella recordaba todo lo que oyó siempre, y nunca se le ocurrió meterse en esas aguas, que ahora brillaban con el último sol de la tarde, y que eran hermosas, pero heladas.

 

Muchos años después, tenía aún la imagen del lago en su memoria, el brillo  azulado de sus aguas en el fondo de sus ojos llorosos, el recuerdo de esas tardes en que los chicos jugaban en las orillas, se perseguían en medio de gritos, y luego corrían con el chisme de que los hermanos mayores se habían metido al agua…

“Mi lago”, pensaba, “ya no es más que un recuerdo” Le contaron que poco a poco se iba secando, porque los arroyuelos que lo alimentaban desaparecían poco a poco, utilizados por la gente de los alrededores para regar sus sembríos, mover molinos y otras estructuras pesadas, e incluso beber de su transparente líquido.

La imagen del pequeño estanque natural, con sus peces voraces y sus plantas acuáticas que daban unas leves flores azules; sus leyendas tristes de muertos y fantasmas, todo volvía a ella con melancolía.

Entonces tomó una resolución valerosa. Como maestra, en que se había convertido con el paso del tiempo, se prometió que defendería los pequeños o grandes lagos que existían en el mundo, y lo haría, evocando su débil amigo, ahora seco. Pensó que sus habilidades para la pintura la ayudarían en su empeño y empezó su lucha, a veces inútil, pero continua, persistente, exponiendo ante grupos de personas, sobre todo niños y jóvenes, su imagen secreta, enternecida, poblada de recuerdos, del lago ya extinguido, y hablando apasionadamente de la necesidad de que vivieran todos esos pequeños o grandes reservorios, creados por la naturaleza. que se borraban del mapa con irresponsable facilidad.

Desde entonces, y mientras vivió tuvo en el interior de su corazón como una energía inagotable, la presencia de ese resplandor azul que había iluminado su infancia.



Sobre el autor


Jorge Dávila Vázquez (Cuenca, 1947). Doctor en Filología por la Universidad de Cuenca, donde fue docente por 29 años. Crítico de literatura y arte. Primer recopilador y estudioso de la obra de César Dávila Andrade, 1984. Premio Nacional “Eugenio Espejo” al conjunto de su obra y a labor difusora cultural, 2016.

Obras: María Joaquina en la vida y en la muerte, Este mundo es el camino, Los tiempos del olvido, De rumores y sombras, Danza de fantasmas (narrativa); César Dávila Andrade, combate poético y suicidio (ensayo); Historias para volarLibro de los sueños , Arte de la brevedad, Juegos de fantasía,  Entre dos mundos (cuentos breves) Memoria de la poesía, Temblor de la palabra, Río de la memoria, Árbol aéreo, Personal e intransferible, Poemas cotidianos (poesía); Espejo Roto,  ¡A Escena!, El barco ebrio, Sombras en el amanecer (teatro); Novelas juveniles: El sueño y la lluvia; Soñadora, Elena, soñadora, Árboles para soñar (2016). Libros de cuentos para jóvenes: Minimalia, La oveja distinta, Entrañables (2017).

 

Columnista en diario El Mercurio de Cuenca.



Reseña


Sequías profundas

Por. L'âme bleu

La evocación de la infancia, casi siempre y únicamente, ha de representar la separación del "así-fue". Nostalgia. El autor narra y se vale de un ejercicio sutil de animación de la naturaleza a tal punto que un lago asume las dimensiones de un amigo: se expresa y se despide al mismo tiempo que una niña se distancia de su terruño. Hay un matiz autobiográfico y un tono bucólico que pinta con rasgos muy definidos de la experiencia. El texto nos muestra, ya al final, un temor a la desaparición de aquel lago, secándose, mermando, agotándo-se. Con tal motivo, una épica del ambientalismo surge: el héroe silencioso que trama la lucha contra un enemigo glogal.



Valoración literaria

 

Siempre he sentido el mismo nivel de terror como de interés por los lagos; la bruma, los bosques negros, incluso por las criaturas que bien o mal existen dentro de nuestra realidad, y por lo mismo, en la realidad. El mate empezó a entibarse cuando finalicé este cuento, o, mejor dicho, cuando desperté del sueño en el que Dávila me introdujo suavemente. Quise ser él. Me enfrenté, pues, a la pared de madera que rodea mi oficina con un suspiro como espada y los molinos el escudo perfecto para vencer a la trivialidad de una rutina consumada. Todo parecía mezclarse; el resplandor azul; el reflejo de las reminiscencias; la soledad, hasta que la puerta la ventana se abrió. Jorge es, simplemente, un maestro. Me dije, y empecé a releer su cuento con la firme convicción de mantenerme al margen del sueño para poder escribir estas palabras que no pretenden más que comunicar el fruto de la dualidad entre el terror y el interés por los lagos, fruto que por nombre lleva: Admiración.

 

El Carnero 


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