Alejandro Aguilar (Cuba) - El tren de la noche
El tren de la noche
Un tren y la nieve. Cristales y acero. El tren, lo cálido interior. El cansancio que hace saltar esta noche en pedazos, pero sin ruidos. La gente que va perdiendo, lentamente, la pesada coraza de la tensión. El refugio del tren y todo lo posible atravesando la gélida noche allá afuera; tan afuera, que desdibuja cualquier noción geográfica para el recuerdo. El jolgorio cede al final de esta rotunda madrugada. Los remanentes se refugian en los camarotes. Sobrevive el murmullo, algo de alcohol y las complicidades imaginables en la tibia intimidad de las cabinas. Él, no logra dormir. Se asfixia en la estrechez de la cama adosada a la pared. El pasillo, cinta gris agujereada por luces y sombras viajeras cual teclado de piano al vuelo; agredidas de súbito por alguna portezuela que se abre; hostigadas por el último canto enrevesado que escapa a través de rendijas ignoradas. El pasillo y él. Y la noche. Alguien más que llega a compartir desvelo. La silueta y los ojos ligeramente miopes como entes diferentes. Ambos cerca. Más allá, las luces que penetran las ventanas. Sarah que hace amarras frente a él y susurra palabras con tono indiferente. La asistente amiga, servicial, distante. Sarah emplazada en la confianza tejida en largas horas de oficina, que ahora habla sin más de su admiración por el hombre que tiene frente a ella. Sarah que lamenta la ligereza de sus colegas que no se detienen ante nada. Sarah que niega toda posibilidad de seducción en el trabajo. Sarah muy cerca, demasiado. Él, que entra en el juego de las distancias y celebra con voz neutral su eficiencia, mientras consume discreto el espacio entre los cuerpos. Ella balbuce algo sobre su prestancia y ya no deja libertad a los labios para repuesta alguna y su lengua rompe toda separación posible. La lengua como puente entre las dos orillas, uniendo, atrayendo, enlazando. Él, atento a la soledad del pasillo, agarra la pierna que abandona el vestido y remonta su cadera y se afinca en su espalda, en sus nalgas, atrayendo cual garganta desesperada que traga aire para no morir. Y al unísono, el movimiento sostenido, repetido, como nervioso, que acuna a ambos, al tren, a la noche de allá afuera. Perdidos en la oscuridad y los silencios. Silencio en el pasillo, en los camarotes. Breve fricción y chasquido que electriza la cintura. Adorable temblor en dos piernas que sostienen ambos cuerpos. Suspiro en fuga y beso que silencia. La oscuridad intermitente del corredor y el aliento sostenido en el cuello. El resuello, la palabra ¡gracias! y la contemplación rendida. Después la nuca y la espalda que se entrega. Lienzos que caen definitivamente y alientan la unión del pecho sudoroso y la espalda tibia. La noche que no cede ni es capaz de admirar los círculos que trazan, temblorosos, los breves senos sobre el cristal del tiempo. Le niegan la mirada al bosque indiferente. Se niegan la mirada y el grito. Se afirman, se apoyan y descansan. Y ahora el susurro, el aliento liberado y devuelta la palabra ¡gracias! Sarah que se recompone. Sarah que abraza y besa y se despide. Él, que también agradece sorprendido y permanece en el largo pasillo de la noche. Lo cálido interior. El refugio de dos en la ignota geografía atravesada por un tren. Y la nieve.
Sobre el autor
Escritor, profesor universitario, traductor, editor y corrector de estilo; obtuvo una Licenciatura en Pedagogía Superior en Historia y Ciencias Sociales por la Universidad de La Habana, Cuba, en 1989. Master en Artes, en Lengua Española y Literatura Hispanoamericana por la Universidad Temple de Filadelfia, EEUU, 2009.
Actualmente reside en República Dominicana y se desempeña como director de AULA Revista de Humanidades y Ciencias Sociales.
Cuentos y otros textos suyos aparecen publicados en español e inglés en varias revistas literarias y antologías en Colombia, Cuba, Chile, España, Estados Unidos, Inglaterra, Puerto Rico y República Dominicana.
Ha publicado el poemario Tesituras (La Espada Rora, Venezuela, 1994); los libros de cuento Paisaje de arcilla (Editorial Letras Cubanas 1997 y segunda edición bilingüe por Ventana Abierta Editores, Chile, 2008) y Figuras tendidas 8Editorial Sanlope, 200); así como novelas La desobediencia (Puerto Rico, 2004), Casa de cambio (EE.UU, 2005), Fijar la mirada (República Dominicana, 2009) El cliente tatuado, (Chile, 2013) y Ojos de niño, (R.D y Ventana Abierta, Chile, ambos en 2016. Tiene en preparación Boán, la danza; memorias de más de 40 años de vida artística de Marianela Boán, reconocida coreógrafa de la danza contemporánea internacional, que saldrán en febrero de 2017 en La Habana, por la Editora Alarcos, de Cuba.
Ha impartido talleres, conferencias y realizado lecturas en universidades y otras instituciones en Colombia, Cuba Chile, estados Unidos, México y República Dominicana.
Ha obtenido varios premios y menciones en diferentes concursos literarios nacionales en Cuba, además de Menciones de Honor en el Premio Internacional de Novela Italo Calvino 1997 y en Premio Internacional de Novela Cada de Teatro 2009.
Reseña
Las distancias negadas
Las horas que son nada frente a un encuentro irrevocable se enredan en el misterio de una historia puntual; la dicotomía del deseo y la renuncia del mismo. El tren no existe lejos de la aventura de dos almas que se abrigan mientras surcan por la nieve ¿Qué es la libertad sino el poder de la lengua para hacer y deshacer todo? Negar la distancia a pesar de no anhelarla, negar el bosque, pero aceptar la luz que viene de fuera, negarse uno, pero aceptar al otro es, quizá, la esencia absoluta de una realidad repleta de sensaciones adversativas.
Valoración Literaria
Alejandro llegó a mi vida, como casi todo lo bueno que me ocurre últimamente, por “el navegante”. Yo no pude sino caer al margen, o mejor dicho, al borde de la nieve por donde pasa su tren. Miré desde abajo a dos almas que impulsaban los cuerpos hasta los cristales. Me encontraba absorto sintiendo lo mismo que Aguilar al escribir este cuento; así se debería sentir un lector siempre. En lo que dura un pestañeo recordé que existo lejos de sus palabras, y volví a sumergirme, pero ya no en la nieve, había aterrizado dentro del tren. Corrí una portezuela; era el mismo pasillo bañado de oscuridad intermitente y entonces los amantes estaban próximos a mí. Alejandro lo consiguió; disfruté de sus espacios y de sus apremios y de sus respiros y de sus deseos desde la comodidad de un no lugar. No existe una fórmula perfecta para la buena literatura, pero supongo que debe ser idéntica a la que Aguilar utiliza, pues crea un vínculo entre la mirada y las pulsaciones; vínculo al que yo calificaría, sin temor alguno, de inquebrantable. Deberé fumar de nuevo un cigarrillo, total, una promesa se rompe siempre y cuando exista un buen motivo.
El Carnero.
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