Jorge Santtori (Ecuador) - Epístolas al margen de la internet
Palma de Mallorca, 6 de marzo del 2020.
Amado Dorian…
Es cierto que no hicimos el amor, aunque nunca importó, pues verte todas las tardes paradito tras la puerta de cristal era todo lo que necesitaba para sentir un placer que solamente la ternura otorga. Me he arrepentido de tantas cosas en mi vida, que un día dije basta; doblegué mis expectativas y llegué a pensar que no volvería a sonreír linda (como me decías arrogante) con nadie que no fueras tú. Y ha sido verdad; las veces que me desnudaron con violencia o parsimonia; costumbre o lascivia, enclaustraba con tristeza mis ojos e imaginaba que eran tus manos de niño peleón las que me levantaban la blusa al mismo tiempo que yo levantaba mis brazos, las que corrían libres por el bosque de mis cabellos, las que me rascaban los nervios, las que me desabrochaban el sostén en menos de un segundo, y no esas garras torpes, pesadas y aburridas que, aprovechándose de mi soledad, dentro de la noches inevitables para una mujer casada, sobre la cama matrimonial, pretendieron infructuosamente subyugarme.
Como conozco a la perfección la fuerza de tus impulsos, sé que ahora mismo estás pensando en buscar un cigarrillo que te ayude a disminuir la aseidad que ha llegado a tu corazoncito a causa de imaginarme como jamás estuve para ti; desnuda. Estás nervioso, lo sé; das vueltas en la misma sala donde me leías. Si no has despegado los ojos de la siguiente oración, es porque la conciencia de nuestras mejores tardes regresa en esta carta empapada con mis lágrimas para decirte que te extraño mucho. Siempre fuiste un buen lector, y yo tu poema favorito. Estás con esa sonrisa boba de coqueto hermoso, la misma que conquistó el corazón de mi mejor amiga poco antes que yo te conociera. Estás a punto de sentarte y desabotonar el pantalón y empezar a virtualizar la forma de mis piernas y de tomar entre tus manos lo que yo un día tuve en los míos y saborear en tu deliciosa mente el ancho actual de mis caderas y de inundar ese piso desértico sin mí a tu costado y besar mis pies en la bóveda de tus parpados y soltar la carta y soñar que me haces gritar y clamar y suspirar y musitar un: “te amo mi amor”. Nada más, porque a fin de cuentas el amor para ti, no termina después del sexo, todo contrario, florece en el silencio de un abrazo sincero. Estás, te apuesto lo que quieras, con esa sonrisa piadosa que pocas han tenido la suerte de disfrutarla. Recuerdo que en el cenit de nuestras paciones me enlazabas con ternura mientras frenabas el motor en frenesí que te latía desbocado dentro del pecho. Recuerdo que me besabas la nariz y me decías: “Mereces más que estas gradas”. Nunca te lo dije, cuando llegaban esos momentos de paz deseaba más que nada que me bajes el pantalón, que destruyas mi camiseta, y yo quería hacer lo mismo, pero tus pestañas negras y espesas estaban cerradas reposando plácidas sobre mi hombro. Eras como un bebé dormido; inocente, puro, bello. Si me equivoco, y has empezado sin mí, te ruego igual que hace diez años que te detengas, pues aún queda algo por leer.
Traje a España todos los interiores que me rompiste “a medias” durante nuestros simulacros fantásticos. Por supuesto no los volví a usar, no porque estén casi deshechos, sino porque guardo dentro de la gaveta la esperanza eterna de que un día termines el trabajo de todas aquellas tardes inconclusas que vivimos en las gradas del condominio de mi tía. Mientras escribo esta carta tengo ganas de que el encaje me rose con las alas de tu recuerdo. Tengo ganas de tocarme fantaseando que son tus dedos los que besan las cuerdas del violín en este verano. No lo haré, pues mi lealtad está contigo, y te juro que, si el deseo es brutal, recordaré tus pestañas y al igual que tú, también me detendré; será mi primera vez en estos diez años.
Dorian, hoy que te volví a encontrar, quiero merecerte un favor. No busques contactarme en este momento, ambos sabemos que odias chatear por messenger, por eso te escribí un “mail”, mismo que me fue conferido por Sol. Te propongo entonces, mantener correspondencia sin tener del otro, más que palabras sinceras. Serás Napoleón y yo Josèphe, aunque no Thatcher, obvio. Sin embargo, si no respondes en dos días, te visitaré en “Fb”, con el único objetivo de que no te olvides de tu pobre Mercedes, que ha sido siempre del alma tuya.
Ah, por cierto: Vivaldi suena cruel.
Sobre el Autor
Jorge Santtori, 14 de julio de 1991, Quito Ecuador. Cursó sus estudios en la primera escuela del Ecuador, el Colegio Mercedario San Pedro Pascual. Comunicador Social por la Universidad Centrar del Ecuador. Director literario de “Pluma Andina, editorial”. Director de contenidos de la revista "Filigrana". Su obra ha sido traducida al inglés, francés y japonés. Ha sido publicado en México en la revista, “La experiencia de la libertad” y en “La poesía del prójimo”. En 2019, publicó, el libro “Las primeras Flores”. En 2020, el poemario “Luna de fuego”.
Como influencia máxima para sus letras tiene el precioso orgullo de haberse encontrado con Poe, Rubén Darío y Hugo Mayo. Está próximo a publicar la novela “No me sueltes” y el libro de cuentos “Medina y el Mar”. Ha participado en varios encuentros poéticos dentro y fuera del País. Ganador, por tres años consecutivos, del concurso intercolegial de oratoria y declamación, escritura creativa y cuento leído, organizado por el municipio de Quito. Amante acérrimo del blues y de las aves.
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