Guido Vaca Cabrera (Ecuador) - Aleteando hacia un milagro



Estaba cansado de recibir palizas por defender a mi hermano, de las burlas, de los chantajes que realizaban para quitarle la colación diaria, de esas brutalidades que practicaban en grupo en contra de Juan Manuel. Cada vez que miraba como se burlaban, le pegaban… acrecentaban mi indignación, corría a defenderle. No quería dejar mi empeño en una esquina, en una abertura que inmovilice mi afán, mi esfuerzo… de cuidarle; deshilachando la armonía, el cariño por el calor prematuro de una tregua. 

Estaba hastiado de quejarme, de avisar a los profesores, las atrocidades que cometían, crueldades que en muchas ocasiones eran admitidas; me pedían que comprenda a los niños, a los jóvenes. Este proceder desvergonzado dejaba en mi corazón una sensación de angustia infinita, que aumentaba mi tristeza. Se convirtieron en cómplices, insensibles de nuestro dolor. A ratos sentía que caminaba a ciegas por sendas colmadas de escollos, desgarbado, en busca de justicia, que frene las burlas, los castigos…, o caminaba, en demanda de coraje para enfrentarme a aquellos desalmados.


Me dediqué con más esmero a cuidarlo, pues su único delito era ser un poco retrasado, tener movimientos desordenados de los brazos, sobre todo del izquierdo que no podía manejarlo, y hacía un movimiento como de alas abriéndose. Llegaba a mi casa disfrazando mis congojas, arrancando a la brisa sonrisas pasajeras para que mamá no sufra, ella vivía asediada por la mirada entristecida de mi hermano.


Pero mi entusiasmo era frágil, tan frágil como la niebla, solo las palabras de mi padre consolaban mi espíritu, - tienes que ser fuerte, - decía mi padre, mirándome a los ojos, Juan Manuel solo nos tiene a nosotros, tenemos que luchar por él. Tiene razón pensaba; suspiraba, amurallando mi corazón que latía con más fuerza, las desdichas acumuladas en el día, huían abatidas a las sombras.


Los compañeros de aula le maltrataban hasta hacerle llorar, le quitaban los juguetes, no conformes le cantaban: Va a volar, va a volar, el Velasco, va a volar… Juan Manuel no se daba cuenta, o no le afectaba, a lo mejor recordaba las palabras de mamá, - no les hagas caso, tienes que ser fuerte, tolerante… Sobrevivía validando actitudes, desconociendo los errores, los desaciertos, tratando de subsistir en los recreos completamente solo, o entre ondas superfluas de burlas, empujones… 


Juan Manuel Velasco nació hace siete años, le llevaban al médico permanente mente, yo preguntaba - ¿qué le pasa?, ¿está enfermo? Me ocultaron el problema. Yo tenía nueve años. Hasta cuando les acompañé a mis padres al médico. Sigue igual dijo mamá, se mueve muy poco, saliva permanentemente, el bracito izquierdo le tiembla. - ¿Trajeron los exámenes?, dijo el médico. -Si tenemos todo lo solicitado. – Contestó mi madre. - No podemos practicarle todavía una tomografía, tenemos que esperar, a lo mejor, el golpe que recibió su vientre en el embarazo, y que casi le provoca un aborto…repercutió en el niño. Mis padres contemplaron que las luces de sus sueños vacilaron, que murieron en el desconcierto. Se culparon mutuamente para aliviar sus penas. Domeñado nuestros anhelos, la armonía en el hogar flaqueó por un tiempo, dejó de crecer, de expandirse… murieron todas nuestras ansias… nuestros afanes ligeros… murieron.


Cambiaban frecuentemente de médico, le realizaron todo tipo de exámenes, todos los doctores coincidieron, el niño padecía de un problema en el cerebro que podía ocasionarle discapacidad intelectual y motora. Una noche después de discutir nos abrazamos. Decidimos: cuidarle, quererle y defenderle con todo el alma.


En el Colegio eran constantes los maltratos, nos cambiaron de Institución creyendo encontrar corazones más sensibles; estos buenos propósitos, no dieron resultado, desde el primer día, un grupo de jóvenes atormentaban a mi pobre hermano que lloraba y lloraba; muchas veces me trencé a golpes con los agresores. Supliqué a los profesores que controlen a los acosadores, muy pocos le socorrieron.


Mis padres se quejaron a la profesora, ella, llena de prejuicios, sentó a mi hermano delante, solo, en un pupitre, aislado de todos. Sin embargo, las burlas, insultos, empujones continuaron. A ratos, las almas puritanas, pretendían ayudarnos, pero nos restregaban sus ofuscaciones, sus escasas claridades, y sin quererlo incitaban la violencia, la osadía… incitaban, o simplemente callaban…, callaban.


El canto se hizo popular… Va a volar, a volar, el Velasco va a volar… repetían los niños mientras le perseguían, disfrutando, imitando sus movimientos disparejos; mi pobre hermano corría buscándome, algunas ocasiones hacía lo que le pedían, tratando de evitar el maltrato. Cuando los agresores veían a algún profesor corrían riéndose de sus malévolas hazañas. En silencio escapaba al lugar más apartado para llorar. Miraba las nubes pasajeras y en ellas resguardaba a mis oídos de los gritos, de las voces que pululaban en el aire como espinos, como dagas de dos filos, e impedían que resurja mi entusiasmo.


En casa, mi madre estaba dedicada por entero a mi hermano, le daba masajes en los brazos, en la piernas, pasaba horas corrigiéndole las palabras que no podía pronunciar, esto permitió que sus problemas no se incrementen, controlaba sus tareas, y él se esforzaba, no era un mal alumno; pero esto, molestaba a los compañeros, a los padres de familia; consideraban que un niño discapacitado no podía obtener buenos resultados escolares, no era el mejor, pero superaba a algunos compañeros.


Este tormento diario iba dejándome profundas huellas, me convertí en un solitario, introvertido… caminaba arrastrando los pies, arrancando astillas de las piedras, tratando de contener esas emociones achacosas que afloraban de mi hastío.


En la semana de fiestas del colegio, se realizaron varias competencias entre ellas, carreras de bicicrós, estaba con mi hermano, fascinado en las carreras. Cuando concluyó la misma, mi hermano, había desaparecido, le busqué en el bar, en la cancha, regresé la mirada hacia la nueva construcción del colegio un grupo de jóvenes jugaban en las bicicletas en la terraza de la planta alta, ahí estaba mi hermano, corrí gritando, llamándole, se unieron dos profesores gritaban ¡cuidado!, ¡cuidado!, pude contemplar que dos de los principales torturadores, subían a mi hermano a una bicicleta, como no sabía manejar sujetaron la bicicleta por los dos lados, empujaron la misma, cantando. Va a volar, a volar, el Velasco va a volar… Le soltaron, mi hermano avanzaba directo al borde del edificio, los jóvenes corrieron tratando de alcanzarle, ya era tarde, sentado en la bicicleta siguió avanzando, y se precipitó al vacío moviendo los brazos como aleteando en busca de la muerte o de un milagro. Mi hermano estrelló su cabeza contra unas piedras. Los chicos malvados, cobardes…, salieron corriendo junto al resto de compañeros que simplemente no hicieron nada.

Cuando llegué, Juan Manuel estaba inconsciente, no le muevas – dijeron los profesores. - Permanecí junto a mi hermano limpiando la sangre de su rostro con mis manos desnudas, esperábamos que llegue el médico del colegio. Llamaron a la ambulancia y le transportaron a una clínica cercana. Cuando llegaron mis padres, fuimos a la clínica.

Pasó tres días inconsciente, sometido a toda clase de exámenes, el jueves por la noche mi madre lloraba, mi padre envolvía mis penas con sus brazos, todos mirábamos a Juan Manuel; de repente abrió los ojos, nos miró detenidamente y dijo con toda claridad. Mamí, tuve un sueño, volaba por el cielo, pero me di cuenta que tenía alas, descendí lentamente en el césped, las alas se transformaron en brazos y los podía mover con mucha facilidad, mira dijo, empezó a moverlos, el brazo izquierdo que aleteaba, que simulaba el movimiento de alas, lo agitó con normalidad, pude caminar muy bien, - dijo - Nos sonrío a todos.  No salivaba.


Esa noche comprobamos que si era posible encontrar la luz, que se podía vencer la incertidumbre, que en cada rincón donde prevalecía la ceguera, la oscuridad, se podía luchar hasta encontrar armonía… esa esencia que inflama la faz en la penumbra. Recordar que el amor atesora la alegría y nos lleva en los brazos desnudos de la brisa, a buscar la paz hasta encontrarla, aleteando hacia un milagro. 




Analfabetas emocionales


El abusivo sistema educativo en el cual nos desarrollamos, es analizado por Guido Vaca. La inocencia que simboliza la niñez es revocada, pues su relato, pone en relieve lo hostiles que pueden ser los niños para con quienes son física-mente por la sociedad invalidados. Las peculiaridades de sus personajes, la manera en que expone esta problemática (que debería ser asunto de todos) permite visibilizar esa envidia latente a edades tempanas en el hombre. La vida; absurda, ilógica y entrópica, Guido la representa como una competencia infranqueable que empieza en la escuela y culmina con un epitafio, una guerra donde los vencedores son siempre vencidos, y los antagonistas levantan sus banderas campantes. La magia de su prosa nos inyecta gran fe en los milagros y una minúscula dosis de misantropía.  



Sobre el autor


Guido Vaca Cabrera

Tiene publicados artículos, relatos y poemas en periódicos y revistas de varias ciudades. Ha participado en recitales en las ciudades de Ambato, Manta, Macas, Latacunga. Entre otras de nuestra Patria.

Obras

Poemarios publicados: Entelequias del alma, 2010. Desvaríos de luz, 2010.Vibraciones púrpuras, 2013.

Poemarios inéditos: Latidos del silencio. Locuras de la arena. Secretos Desnudos. Entre otros.

Relatos: “El duende Verde” Publicado

Relatos Inéditos:

“El tesoro encantado”

“El gallo Káiser”

“Aleteando hacia un milagro”

“Fulgores transeúntes”

Miembro numerario del grupo “Ciudad Poética” 


 


Valoración Literaria

 

La sencillez y precisión de su prosa, sin contar la perfección con que conoce la psicología del estudiante; nos facilita el discernimiento y contemplación del relato. La falta de ambigüedad y galimatías hace degustemos una escritura perfumada y exquisita. Guido, con una técnica y brevedad elevadísima, aborda asuntos embrollados que nadie hoza elucidar. Es evidente el gran empeño dedicado a pulir y pulir su obra, y satisfactorio leer a un escritor con unos textos tan trabajados.   

Harlequín


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